DESHABITUARSE AL DULCE (I)
El azúcar y, por tanto el dulce, nos acompaña desde la antigüedad. Originalmente, la gente masticaba la caña de azúcar en bruto para extraer su dulzura. Pero el azúcar no tuvo apenas importancia hasta que los indios descubrieron métodos para convertir el jugo de la caña de azúcar en cristales granulados, que eran más fáciles de almacenar y transportar.
En Europa fue un lujo hasta el siglo XVIII, cuando se hizo más asequible, se popularizó y en el siglo XIX llegó a ser considerado un producto de primera necesidad. La evolución del gusto y de la demanda de azúcar como ingrediente llegó incluso a desatar importantes cambios económicos y sociales.
Actualmente, el azúcar está en el punto de mira. El excesivo consumo de azúcar entre la población general es un hecho, y la oferta de alimentos que encontramos en los establecimientos habituales no ayuda al consumidor de a pie a hacer una mejor selección: el 80% de esa oferta corresponde a productos ultraprocesados, muchos de ellos ricos, no solo en azúcar (oculto o no), sino también en sal y en grasas de mala calidad. Por si fuera poco, la publicidad sigue incentivando el consumo de alimentos ricos en azúcares, especialmente entre los más pequeños.
No vamos a descubrir nada nuevo si dedicamos el post a hablar de que el consumo excesivo de azúcar contribuye a la aparición de enfermedades no transmisibles (aquellas que se relacionan con el estilo de vida y suponen la principal causa de muerte prematura), o de que en España se consume más de 4 veces la cantidad diaria de azúcar que recomienda la OMS.
Lo que sí que nos gustaría es aportar nuestro granito de arena.
Desde nuestra experiencia clínica, observamos que, por un lado, existen familias o individuos que por desconocimiento o por verdaderas dificultades para hacer las cosas de forma diferente, consumen elevadas cantidades de azúcar, procedente, en su mayoría, de alimentos ultraprocesados.
Por otro lado están aquellas otras familias o individuos que han librado su batalla particular al azúcar y seleccionan con sumo cuidado todos aquellos productos libres de este ingrediente, llegando incluso al extremo.
Cuando los especialistas alertan sobre hábitos que están perjudicando nuestra salud, nos cuesta quedarnos en un punto intermedio, especialmente cuando estos hábitos los tenemos muy instaurados. O nos sentimos abrumados frente a la “necesidad” de cambio y finalmente acabamos justificándonos y a otra cosa mariposa. O cortamos de raíz. Lo mejor, en principio, sería hacer pequeños cambios progresivos y sin precipitarnos. Los cambios en los hábitos alimentarios no son fáciles de llevar a cabo, y menos cuando se trata del dulce. En general, estamos acostumbrados a un umbral de sabor dulce muy elevado. No sólo porque existe una tendencia innata en el ser humano a seleccionar los sabores dulces sino también porque en la mayoría de los hogares españoles se ha visto favorecida esta preferencia por la oferta que nos hemos encontrado en casa desde pequeños y a lo que hemos habituado nuestro paladar.
La alarma está complemente justificada a nivel poblacional, pues los datos de la literatura científica no dejan lugar a dudas, y por ello la OMS publicó en 2015 unas directrices “para establecer medidas destinadas a reducir la ingesta de azúcares libres con una serie de intervenciones de salud pública”.
Entonces ¿cómo podría yo reeducar mi gusto por el dulce? Cada uno conoce mejor que nadie su realidad. Habrá quien pueda autogestionar su cambio y habrá quien necesite alguna ayuda. Pero en ningún caso es sencillo. La predisposición a mejorar nuestros hábitos alimentarios es el primer paso y que esos cambios se asienten y se mantengan es fundamental. En posteriores entradas os iremos ofreciendo ideas saludables para ir deshabituando nuestro paladar al sabor dulce o al menos endulzarlo con otros alimentos muy recomendables.
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